

El Homo Interruptus
El "coitus interruptus", también conocido como "marcha atrás" (que no explicaré) es un símil perfecto de la sociedad en la que vivimos, sometidos a un bombardeo continuado de información. La publicidad, las redes sociales, los medios de comunicación... saturan nuestros sentidos con tal cantidad y variedad de estímulos (sonidos, colores, olores, música, imágenes...) que nuestro cerebro es incapaz de procesar toda esta marabunta de información. Cuando intentamos concentrarnos en algo y estamos a punto entenderlo, algo nos interrumpe y desvía nuestra atención hacia otro lugar. Vamos, que cuando estamos ya cogiendo el gusto a la cosa... nos interrumpen, nos quedamos a medias y nunca profundizamos en nada.
Hace casi cien años, en 1932, Aldous Huxley publicó el libro "Un mundo feliz", una de los tres libros distópicos más importantes junto a "1984" de George Orwell y "Farenheit 451" de Ray Bradbury. A pesar de que todos ellos planteaban un futuro en el que el abuso de poder, el control y el dominio de la población por parte del Estado eran totales, la forma de implantar esta tiranía era enfocada de diferente manera por cada autor.
Orwell se decantaba por la censura, la vigilancia, la represión y la escasez de información. Huxley abogaba por el consumismo, la gratificación instantánea y el exceso de información como medio de control de la población. Y Bradbury llegaba al extremo de que el Estado, mediante un cuerpo de bomberos especialmente creado al efecto, perseguía, quemaba los libros y eliminaba a quienes los poseían o los leían.
"Tendríamos acceso a tanta información que la verdad quedaría diluida en un mar de irrelevancia, y al final nuestra sociedad se convertiría en el culto a la trivialidad."
Evidentemente, la visión de Huxley es la que más se acerca a nuestra realidad actual. Como planteaba el sociólogo Neil Postman en su libro "Amusing ourselves to death", la idea de Huxley era que no habría necesidad de censurar los libros porque nadie querría leerlos, dispondríamos de tantos bienes materiales que nos volveríamos egoístas y pasivos, tendríamos acceso a tanta información que la verdad quedaría diluida en un mar de irrelevancia, y al final nuestra sociedad se convertiría en el culto a la trivialidad.
Actualmente no se necesita la represión ideológica ni política debido a que la sobredosis de entretenimiento e información es tan grande que nos convierte en seres indolentes, pasivos e ignorantes... y esto nos convierte en totalmente inofensivos ante el poder del Estado. Que en 1932 alguien fuese capaz de plasmar en un libro y predecir lo que ocurriría casi cien años después, pone los pelos de punta.
Es indudable el alto grado de confort material alcanzado hoy día gracias al progreso, la industrialización y la tecnología, algo impensable unas generaciones atrás, donde la escasez física era la norma. Sin embargo, no tengo tan claro que este confort material haya proporcionado un bienestar real a las personas. Diferencio deliberadamente el confort, que equivaldría a comodidad, seguridad o placer; y el bienestar, que es un concepto más global que incluye no solo el confort, sino la plenitud mental, espiritual y física que conducen a la felicidad.
"Este es el precio que tenemos que pagar por vivir en una sociedad orientada al consumo y a lo material, donde lo que se valora es lo que uno tiene y no quién es. ¿Ser o tener?"
Esto es fácil de entender: puedes disponer de todas las comodidades y seguridad a tu alcance, como cacharros electrónicos, una casa con calefacción y aire acondicionado, una televisión de cien pulgadas, un sofá mullido, comida y bebida sin restricciones y una puerta blindada que te proteja de los intrusos y te permita disfrutar de todo ello sin preocupaciones. Sin embargo, es muy posible que en tu interior notes un vacío existencial tan grande que ni siquiera llenando tu casa de más cachivaches, te sientas feliz. Este es el precio que tenemos que pagar por vivir en una sociedad orientada al consumo y a lo material, donde lo que se valora es lo que uno tiene y no quién es. ¿Ser o tener?
Cuando me presentan a alguien, siempre le hago la misma pregunta: "bueno, ¿y quién eres tú?". La respuesta indefectiblemente siempre es la misma: "soy (su profesión o estudios), soy de (lugar de nacimiento) y vivo en (su lugar de residencia), estoy casado con (nombre de su pareja) y tengo (número de hijos)". Nadie contesta: "soy fulano, mis convicciones son estas, mis principios aquellos y lo que me mueve en la vida es hacer no se qué, además me encanta salir a la montaña y me pirra la tarta de chocolate". Esto es una clara muestra de que vivimos en una sociedad orientada a lo material y no a lo mental y lo espiritual, que es lo que realmente llena a las personas, aunque nos hayan hecho creer lo contrario.
Otra característica de esto es que cada vez existen más y más productos, haciendo la elección de tomar un simple café un asunto tan complejo como ridículo: de cápsulas o de cafetera de toda la vida; en grano o molido; espresso, au lait, latte macchiato o barista; Colombia, Ecuador o Kenia; natural, torrefacto o mezcla... Las marcas sacan todos los meses nuevos productos con nombres y colores llamativos... que son iguales a los que había pero empaquetados de forma diferente y con un nuevo y rimbombante nombre comercial.
"Así es su vida... insustancial, banal y superficial, esperando que la nueva novedad novedosa a punto de aparecer en el mercado o en la televisión, resuelva el vacío existencial de su anodina vida."
¿Qué objetivo tiene todo esto?. La pura y simple novedad. El homo interruptus novedosus necesita cosas nuevas continuamente y sin descanso. No porque estas cubran una necesidad real, sino porque se ha acostumbrado a vivir así... esperando a la siguiente novedad. El nuevo smartphone, el nuevo programa de televisión, el nuevo modelo de zapatillas, la nueva colección de ropa, el siguiente "gran clásico" del fútbol, el próximo fichaje galáctico o la nueva declaración insulsa de su político de cabecera.
Así es su vida... insustancial, banal y superficial, esperando que la nueva novedad novedosa a punto de aparecer en el mercado o en la televisión, resuelva el vacío existencial de su anodina vida. Algo que nunca jamás conseguirá mediante esa rueda de consumismo compulsivo, interrupción constante y nula profundidad intelectual y espiritual.
Hace muchos años solo existía un "gran clásico" en el fútbol: Real Madrid vs F.C. Barcelona. Ahora hay un "gran clásico" en cada jornada de liga, o dos si contamos los "grandes clásicos" europeos. Hace muchos años, las grandes cadenas de ropa sacaban dos colecciones: invierno y verano. Actualmente sacan tantas colecciones que si no compras en el momento lo que te gusta, a la semana siguiente ya no lo podrás comprar porque habrán retirado las prendas de esa colección y habrán puesto la "nueva" colección en su lugar. Antes, la ropa duraba años y pasaba de hermano en hermano y de primo en primo... ahora dura apenas unos meses ya que la calidad es muy inferior porque hay que ahorrar costes como sea. Auto-obsolescencia auto-programada en aras de la siguiente novedad, no porque sea mejor o más cómoda. Simplemente porque es nueva.
"Algo que debería ser una herramienta de comunicación que acercaría a las personas, lo que en realidad está consiguiendo es aislarlas en su mundo. Los dispositivos móviles en sus diferentes versiones se han convertido en una "correa invisible."
Volviendo al asunto del exceso de información al que somos sometidos constantemente, cada vez observo a mi alrededor más comportamientos compulsivos y obsesivos relacionados con esos cacharros electrónicos que nacieron para "hacernos la vida más fácil" pero que cada vez nos absorben más tiempo y nos alejan de la realidad. Algo que debería ser una herramienta de comunicación que acercaría a las personas, lo que en realidad está consiguiendo es aislarlas en su mundo. Los dispositivos móviles en sus diferentes versiones se han convertido en una "correa invisible".
Son correas en el sentido de que mantienen a la gente atada, bien a otras personas o bien a cosas abstractas que no tienen finalidad alguna en sí mismas. Son invisibles porque no se ven como se ve la correa que lleva atado al perro. Hace años no existían los móviles y los amigos podíamos quedar en un sitio a una hora determinada y no pasaba nada. Hoy día una persona sin móvil dirá que no puede relacionarse con sus amigos. Hace años tampoco existían navegadores gps en el móvil o en los coches y la gente llegaba a sus destinos, incluso cabía la posibilidad de tener que preguntar a algún paisano y entablar una entretenida conversación. Eso hoy ya no existe.
Me refería anteriormente a comportamientos compulsivos que observo en personas cercanas como son sacar el móvil del bolsillo cada dos minutos y mirarlo sin que le haya llegado ningún mensaje o llamada, no poder salir de casa a tirar la basura sin el móvil en la mano, comer con el teléfono en la mesa, o no poder mantener una conversación sin que el interlocutor se despiste cada treinta segundos trasteando el móvil. Es una auténtica enfermedad que se observa claramente en las terrazas, los parques o las reuniones familiares: todos juntos pero cada uno mirando la pantalla de su móvil en completo silencio.
"Los libros han pasado a convertirse en meros objetos decorativos en las casas. En las habitaciones de los niños no encontrarás más libros que los de texto, ni diccionarios, ni enciclopedias, ni siquiera novelas juveniles."
Incluso la gente que sale a hacer deporte, a correr o al gimnasio no puede prescindir de estos cacharros en ese corto espacio de tiempo que se supone que es para desconectar y divertirse. La excusa suele ser que lo llevan para escuchar música, medir la distancia o consultar la rutina de entrenamiento, cuando la realidad es que no pueden desatarse de su correa invisible.
Esta circunstancia que podría parecer inofensiva, en realidad esconde un trasfondo muy destructivo y perjudicial para las personas: la incapacidad de concentrarse en nada. Esto es algo que se observa en los niños y jóvenes cuyo desarrollo ha ido de la mano de estos aparatos. Debido a que su cerebro se ha adaptado a lo banal, lo superficial y lo novedoso, son incapaces de estar tranquilos y concentrados en una tarea o actividad determinada. De ahí que los libros hayan pasado a convertirse en meros objetos decorativos en las casas. En las habitaciones de los niños no encontrarás más libros que los de texto, ni diccionarios, ni enciclopedias, ni siquiera novelas juveniles.
Esta incapacidad para concentrarse, no solo provoca que no sean capaces de leer, sino que no son capaces ni de comprender lo que leen. Y algo que me empieza a asustar de verdad en personas cercanas: son incapaces de seguir el argumento de una película debido a que se necesita estar mínimamente atento durante al menos noventa minutos para no perderse. De ahí el boom y el éxito de las series, que en veinte o treinta minutos terminan. Si una persona mira el móvil una vez cada dos minutos, en el tiempo que dura una película habrá interrumpido su concentración como mínimo 45 veces. Normal que no sea capaz de seguir el argumento.
"Las personas no son capaces de estar consigo mismas, estar en silencio sin escuchar música, pensar, reflexionar, hablar de temas con un mínimo de profundidad, observar, relacionarse con los demás o simplemente relajarse."
Es triste observar a las personas cuando viajan en tren o en autobús absortos en sus pantallas. Casi nadie mira por la ventana u observa el paisaje, una de las actividades más relajantes que existen. Ni siquiera cuando van al campo son capaces de desprenderse de su correa invisible: tienen que mirar el recorrido en google maps, hacerse un selfie para subirlo a las redes sociales o actualizar su estado de whatsapp. En realidad no disfrutan de la excursión, del paisaje o de la naturaleza.
Las personas no son capaces de estar consigo mismas, estar en silencio sin escuchar música, pensar, reflexionar, hablar de temas con un mínimo de profundidad, observar, relacionarse con los demás o simplemente relajarse. Y esto pasa factura. Levantarse por la mañana, coger el móvil para desayunar, vestirse con música, ir en el autobús mirando el móvil, llegar al trabajo y tener el correo abierto, contestar cientos de mensajes y llamadas sin importancia... así hasta meterse en la cama hasta el día siguiente. Eso que Huxley calificó como "un mundo feliz" en 1932, es en lo que se ha convertido nuestro mundo en 2017.
Todo esto tiene unos efectos perversos en la sociedad, de los que la política tampoco se escapa. Todos los políticos, partidos y asociaciones tienen sus redes sociales en las que no paran de colgar vídeos, fotos, comentarios u opiniones a cada cual más insustancial, superficial y banal. Algunos de ellos son tan analfabetos que no son capaces ni de escribir 140 caracteres sin que se les cuelen varias faltas de ortografía. Todo son opiniones, réplicas, zascas, memes y un sin fin de chorradas más propias de un colegio que de unos representantes políticos con responsabilidades de gobierno.
"En realidad, esto se trata de entretener a la gente, de crear polémicas donde no las hay y de marear la perdiz, mientras ellos tuitean desde sus coches oficiales, suben sus selfies en el palco del Bernabéu o cuelgan la última encuesta electoral donde todos suben en intención de voto... pero donde ninguno baja."
Como decíamos al principio, esto tiene el fin de saturar de información a las personas para hundirlas en la pasividad, la indolencia, la apatía, el desinterés y la ignorancia para que la verdad y lo relevante quede diluido en un mar de superficialidad y banalidad. Ese es su objetivo y no otro. Todos ellos se escudan en que así están más cerca de los ciudadanos y en contacto con sus problemas y necesidades. Todo más falso que un duro de madera, porque sus cuentas en redes sociales no las gestionan ellos personalmente, sino un equipo de profesionales que tienen establecido un guión, un horario de publicación de los contenidos y hasta las palabras clave necesarias para llamar la atención de la audiencia: el SEO y el SEM.
Hasta aquellos que aseguran gestionar personalmente sus cuentas en redes sociales, se dedican a darse autobombo y a bloquear a todo aquel que le discuta lo más mínimo. Los ciudadanos no somos más que números de los que poder presumir ante el resto de colegas políticos acerca del número de seguidores, likes o pines. Desengáñate, porque seguir a un político en sus redes sociales no hará que este preste la más mínima atención a tus problemas. Eres una abstracción, un número, un tonto más.
No cambiarán la ley electoral, ni despolitizarán la justicia, ni bajarán los impuestos, ni industrializarán el país, ni... porque en realidad, esto consiste en entretener a la gente, de crear polémicas donde no las hay y de marear la perdiz, mientras ellos tuitean desde sus coches oficiales, suben sus selfies en el palco del Bernabéu o cuelgan la última encuesta electoral donde todos suben en intención de voto... pero ninguno baja.
Así es el Homo Interruptus Novedosus, el siguiente eslabón evolutivo del Homo Industrialis.