

Al plato y a las tajadas
Para seguir la costumbre, continuo titulando mis artículos con dichos o refranes populares a pesar de que no son fuente de mi devoción. Mi esposa dice que esto es debido a que padezco de un trastorno obsesivo y que cuando me da por una cosa, no paro. Eso sí, el día que paro, ya no vuelvo a sentir interés alguno por aquello que era la razón de mis ilusiones y mis desvelos. Y puede que ella esté en lo cierto: antes empleaba títulos de libros y ahora refranes... bueno, ya se me pasará, es lo que tiene ser una persona obsesiva.
En este artículo, mi intención es analizar una de las formas de gestión que se está poniendo de moda en nuestro país, la gestión privada de los servicios públicos, o como yo lo denomino: estar al plato y a las tajadas. También podría ser estar en misa y repicando, soplar y sorber al mismo tiempo, nadar y guardar la ropa y otras muchas, gracias a que nuestro refranero popular es extenso. En definitiva todas reflejan la imposibilidad de hacer dos cosas totalmente contrarias al mismo tiempo.
"El dinero público procede del bolsillo de los ciudadanos como tú y como yo, que nos hemos tenido que levantar todos los días a las seis de la mañana para trabajar de sol a sol."
Respecto al asunto de la gestión de los servicios a los ciudadanos, toda la vida han existido dos maneras de hacer las cosas:
· Pública, donde es el Estado mediante los impuestos quien proporciona dichos servicios. No es que sean gratuitos sino que el ciudadano los paga con sus impuestos. Te contaré un secreto: eso de que el dinero público no es de nadie es una de las frases más vergonzantes que haya podido pronunciar un ministro en toda la historia de nuestro país y ese es el nivel de nuestra clase política. El dinero público procede del bolsillo de los ciudadanos como tú y como yo, que nos hemos tenido que levantar todos los días a las seis de la mañana para trabajar de sol a sol, mientras nuestros queridos políticos van de entrevista en entrevista, de reunión en reunión y de comida en comida desplazándose en sus cómodos coches oficiales.
· Privada, donde son los propios ciudadanos los que montan sus empresas y compiten en la medida de sus posibilidades con el Estado y con el resto de empresas por ganarse el favor de sus clientes.
En ambos casos la gestión debe ser profesional, responsable y eficiente debido a que tanto uno como otro modelo deben garantizar el sostenimiento de su "negocio", uno financiado con el dinero de los ciudadanos a través de impuestos, y el otro con el dinero de los ciudadanos mediante capital privado. Evidentemente, en los dos casos el dinero que sustenta ambos "negocios" proviene del mismo lugar: el bolsillo del ciudadano. Así que de gratis, nada de nada. Siempre alguien pone la pasta.
"Es infinita la imaginación de la clase política para inventarse cosas inútiles y crear problemas donde antes no existían, para después presentarse como la solución."
Resulta que ahora nuestros queridos políticos de todos los colores (no se crea que son solo los azules, porque los rojos, los morados, los naranjas, los de la txapela y los de la barretina hacen lo mismo) se han inventado un nuevo modelo de gestión que jamás ha existido en ningún lugar del mundo, porque es imposible hacer dos cosas contrarias a la vez.
Quizá este concepto de gestión "público-privada" sea un nuevo punto de partida para términos futuristas como "vie-joven", "del-gorda" o "fea-pa" (fea y guapa a la vez). Es infinita la imaginación de la clase política para inventarse cosas inútiles y crear problemas donde antes no existían, para después presentarse como la solución. Son como el Rey Midas pero justo al revés: cosa que tocan, cosa que estropean.
Veamos cómo se ha ido cocinando todo esto a lo largo de los años, sin prisa pero sin pausa... que es como mejor salen estas cosas porque pasan desapercibidas y nadie se entera.
"Exactamente en la antítesis del "si no está roto, no lo toques ni lo intentes arreglar", ellos se pusieron manos a la obra y empezaron a ofrecer sanidad "universal" a todo el que pasaba por aquí, a meter a amigos y familiares en los puestos de dirección y a crear servicios innecesarios que nunca habían existido y que el ciudadano nunca había necesitado ni solicitado."
Nuestro país ha contado durante décadas con unos servicios públicos bastante aceptables. No de los mejores del mundo como se empeñan en convencernos, en un chovinismo más propio de los franceses que nuestro: hicimos la mejor transición de la historia, somos un ejemplo de democracia, tenemos la mejor sanidad del mundo, hemos construido el modelo de Estado más moderno y descentralizado de la faz de la tierra... y luego resulta que no es verdad, pero los políticos lo repiten una y otra vez para que la gente lo repita también y se autoconvenza de ello.
Decía que nuestro sistema público ha gozado de una buena salud durante muchos años, si bien nunca ha alcanzado las cotas de excelencia pregonadas por los medios y los políticos. Entonces, como funcionaban y la clase política no podía sacar tajada de ello, decidieron meter mano y empezar a estropearlo poco a poco.
Exactamente en la antítesis del "si no está roto, no lo toques ni lo intentes arreglar", ellos se pusieron manos a la obra y empezaron a ofrecer sanidad "universal" a todo el que pasaba por aquí, a meter a amigos y familiares en los puestos de dirección, desplazando a los funcionarios que habían gestionado adecuadamente los servicios durante años, a crear servicios innecesarios que nunca habían existido y que el ciudadano nunca había necesitado ni solicitado... todo ello con un doble objetivo:
· Colocar a todos sus amigos, familiares y militantes con carnet del partido.
· Estropear poco a poco estos servicios públicos, precisamente por la incompetencia de los que habían colocado a la cabeza de su gestión.
"Los hospitales, los ayuntamientos, las universidades, los ministerios, los institutos, las comisarías y hasta las centrales nucleares se empezaron a llenar de cientos de personas con traje y corbata que deambulaban sin rumbo ante la curiosa mirada de los funcionarios."
Todos y cada uno de los servicios y de las instituciones públicas se empezaron a llenar de inútiles que solo por pertenecer al partido de turno o por tener buenos contactos políticos, adquirían por ciencia infusa y de la noche a la mañana los conocimientos profesionales y las capacidades técnicas necesarias para gestionar la "cosa pública". Los hospitales, los ayuntamientos, las universidades, los ministerios, los institutos, las comisarías y hasta las centrales nucleares se empezaron a llenar de cientos de personas con traje y corbata que deambulaban sin rumbo ante la curiosa mirada de los funcionarios que habían desarrollado su trabajo durante años, pero que no entendían qué hacían esos señores dando vueltas por allí incordiando.
Realmente hacían dos cosas: cobrar unos sueldos exorbitantes sin dar un palo al agua, y tomar decisiones ruinosas que poco a poco destrozaban cual Caballo de Troya los servicios públicos que durante años habían sido bien gestionados por los técnicos funcionarios de carrera. Ahora las decisiones las tomaba el primo del alcalde, la amante del concejal, el cuñado del jefe del sindicato o la hija del secretario del partido. Como es lógico, no es lo mismo que las decisiones que afectan a una central nuclear las tome un ingeniero o un físico nuclear con experiencia que el compañero de pupitre del ministro de Industria, cuya trayectoria fue afiliarse al partido, colocar sillas en los mítines y pegar carteles en las campañas electorales.
Es solo un ejemplo al azar, pero es lo que ha ocurrido durante estas últimas décadas en nuestro país en la sanidad, la educación, la justicia, la energía, las telecomunicaciones, las infraestructuras o la seguridad. Pero, ¿qué intención tendría la clase política en cargarse los servicios públicos?, ¿no se echaría a los ciudadanos encima y dejarían de votarlos?, ¿sería como tirarse piedras contra su propio tejado?. No exactamente.
"Entonces llegó esa maravilla del I+D+I hispanistaní: la gestión privada de los servicios públicos. Un suculento negocio para la clase política y todos sus amigos, familiares y asociados."
La clase política española ha estado muy segura de que no existía ni existiría otra alternativa que no fuesen ellos mismos: o nosotros o el caos. Y llevaban razón, porque la única alternativa a los desmanes de los azules, era votar a los rojos y viceversa. Cuando la gente se hartaba de la chaqueta de pana, votaba al bigote, y cuando se hartó, votó al iluminado y después al de la barba. Y ellos lo sabían perfectamente.
Como dije antes, si algo funciona bien no es posible sacar tajada en forma de cargos, comisiones, subvenciones y otras prebendas. Por lo tanto, había que cargarse los servicios públicos para después aparecer como salvadores de la patria y solucionar los problemas... que antes no existían y que ellos mismos habían creado. Entonces llegaron los tiempos de las privatizaciones. Cualquier servicio público que no funcionaba correctamente o era deficitario era susceptible de ser privatizado: telefónicas, eléctricas, combustibles... todo regalado a precios de saldo para los amigos de la clase política, favores que luego eran convenientemente pagados mediante las conocidas puertas giratorias: favor con favor se paga.
El problema vino cuando la gente empezó a sospechar debido a que la situación llegó a ser tan evidente que la clase política tuvo que echar el freno. Entonces llegó esa maravilla del I+D+I hispanistaní: la gestión privada de los servicios públicos. Un suculento negocio para la clase política y todos sus amigos, familiares y asociados. Veamos en qué consiste, porque como solución creativa para seguir expoliando a los ciudadanos posiblemente no tenga parangón en el mundo entero.
"La gestión privada de un servicio público básicamente consiste en cargar con el coste de construcción e inversión del servicio para luego ceder la gestión a una empresa privada, que generalmente está formada en su consejo de dirección por familiares, amigos o ex-políticos."
Hemos visto que el proceso es el siguiente:
1. Un servicio público funciona medianamente bien y cumple la función para el que fue creado.
2. La clase política decide infiltrar a sus "gestores" para boicotearlo.
3. Dicho servicio público, debido a la incompetencia y/o boicot de sus nuevos gestores políticos, empieza a ir de mal en peor.
4. Cuando empieza a ser insostenible o entra en quiebra, es privatizado para hacerlo "sostenible" gracias a la "nueva" gestión privada.
5. La población se empieza a mosquear porque ve cómo la clase política regala a sus amigos los servicios e infraestructuras pagados por los ciudadanos.
6. Como la clase política ve que la cosa se empieza a poner fea, echa el freno e inventa una nueva forma más "suave" de privatizar pero sin que se note demasiado.
7. Aparece la solución definitiva: la gestión público-privada.
La gestión privada de un servicio público básicamente consiste en cargar con el coste de construcción e inversión del servicio para luego ceder la gestión a una empresa privada, que generalmente está formada en su consejo de dirección por familiares, amigos o ex-políticos. Es decir, que los ciudadanos construimos el hospital pero de la gestión y de los beneficios ya se encargan otros. Ese es el funcionamiento de las más de 3.000 empresas públicas que existen en nuestro país, que en su mayoría son deficitarias y que solo sirven para colocar a enchufados con sueldos de infarto.
Se nos intenta convencer de que gracias a la gestión privada el servicio será de mejor calidad, más eficiente y rentable. De mejor calidad y más eficiente lo dudo, y lo de rentable... para algunos seguro, pero no para los ciudadanos. En realidad el verdadero y único objetivo de la gestión privada de un servicio público es subcontratar dichos servicios a empresas amigas y colocar sin ningún proceso de oposición, como ocurre en la Administración Pública, a todo aquel que pertenezca a la órbita del partido. Mordidas, sobornos, concesiones, subvenciones, desvío de fondos, nepotismo, amiguismo, clientelismo... es lo que se esconde detrás de las bondades de la gestión privada de los servicios públicos, nada más.
"Un servicio público puede ser rentable o deficitario con independencia de si su gestión es pública o privada, siendo la única condición para que funcione o no que sea gestionado en base a estrictos principios de responsabilidad, eficiencia, eficacia, ahorro y calidad."
El mecanismo es perverso porque el ciudadano no percibe que le estén engañando, ya que no tiene que pagar el servicio como sucedería con las privatizaciones, y no se da cuenta que las cuantiosas pérdidas las repaga vía subidas de impuestos: como estás mosca y no te puedo apretar más a la cara, te aprieto sin que te des cuenta por la espalda. Un servicio público puede ser rentable o deficitario con independencia de si su gestión es pública o privada, siendo la única condición para que funcione o no que sea gestionado en base a estrictos principios de responsabilidad, eficiencia, eficacia, ahorro y calidad. Todo lo demás son chanchullos que se inventa la clase política para justificar su latrocinio. ¿O es que acaso no se puede gestionar la Administración Pública bajo los mismos criterios de la empresa privada sin tener que ser privatizada?
El nudo gordiano de este sinsentido se encuentra en mezclar interesadamente lo público con lo privado. Nunca en la historia y en ningún país del mundo ha funcionado esta mezcla explosiva: ahí está el problema. Lo público es público y lo privado es privado, y ambos pueden coexistir siempre que exista un equilibrio y ninguno de los dos se quiera merendar al otro mediante expropiaciones o mediante privatizaciones.
Esto no es algo nuevo, es más viejo que el hilo negro: unos lo llaman erróneamente neoliberalismo, yo lo defino como colectivismo oligárquico, mientras que en los años treinta se denominaba fascismo... pero como ya nadie lee nada ni sabe lo que significan las palabras, el fascismo se ha convertido simplemente en el insulto de moda.
Hasta las ambulancias de nuestro sistema de sanidad las gestiona Ferrovial.