

La nueva tiranía
El "consenso", ese concepto tan abstracto y tan fascinante... gracias al consenso vivimos en democracia, gracias al consenso España es un Estado de derecho, gracias al consenso la justicia es igual para todos... como decía el gran Andrés Montes, "amigos: la vida puede ser maravillosa, no la estropeen". Eso es el consenso, la base de nuestra prosperidad, el nuevo becerro de oro, la nueva religión, el pilar de la sabiduría y el entendimiento. El consenso nos permitirá vivir en un mundo de verdes praderas y nubes esponjosas como el algodón, en el que todos nosotros vestidos con túnicas blancas cantaremos abrazados en plan kumbayá con una bonita puesta de sol como fondo... o no.
La palabra consenso procede de la palabra latina "consensus" y su significado estricto es "con la aprobación de todos". En principio, que un asunto cuente con la aprobación de todos no debería ser algo malo. Por ejemplo, si hay consenso acerca de que la justicia debe ser independiente, es algo bueno. Si hay consenso acerca de que no se debe freir a impuestos a los ciudadanos, es bueno también. Pero, ¿qué ocurre cuando existe consenso entre la clase política acerca de subir los impuestos hasta extremos confiscatorios?, ¿o para endeudar España en 100.000 millones de euros anuales?, ¿o se llega al consenso de que el estado autonómico no se debe tocar y es imposible recortar el gasto?, ¿o subirse el sueldo de los políticos todos los años aunque el de los españoles baje?. Pues que el consenso es una mierda pinchada en un palo, así de claro.
Por lo tanto, podríamos llegar a la conclusión de que el consenso en un sentido estricto no es ni malo ni bueno, a pesar de que nuestros políticos quieran atribuirle a este concepto un significado que realmente no tiene. Digamos que las medidas por sí mismas pueden ser buenas (recortar gasto, justicia independiente...), o malas (impuestos confiscatorios, deuda impagable, las autonomías como agencia de colocación de amigos y familiares...). Entonces, ¿por qué tanto rollo con el maldito consenso?
"¿Es realmente el consenso uno de los principios rectores de la democracia?. Pues no. La democracia es un sistema político que establece que el poder reside en el pueblo, que debe existir una separación de poderes para que el poder no se concentre en pocas personas, donde debe imperar la ley y la justicia ser igual para todos."
El principio de Hanlon establece que "no se debe atribuir a la maldad lo que puede ser explicado con la estupidez". No es ser condescendiente, es la cruda realidad. La clase política española realmente no hace las cosas por maldad, simplemente y debido a su superficialidad, escuchan una cosa y empiezan a repetirla como loros enjaulados: "el consenso, el consenso, el consenso". Ya sabes que cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba... y el tonto sigue.
Seguro que alguno de sus miles de asesores le habrá dicho a su jefe "tú di que tiene que haber consenso y que eso es la base de la democracia", "¿pero qué significa eso", "da igual, tú dilo, que suena bien y nadie te va a preguntar". Entonces, al igual que ocurre en una jaula de monos, es oír la nueva palabra mágica y todos empiezan a repetirla en una cacofonía de voces engoladas y absurdas.
¿Es realmente el consenso uno de los principios rectores de la democracia?. Pues no. La democracia es un sistema político que establece que el poder reside en el pueblo, que debe existir una separación de poderes para que el poder no se concentre en pocas personas, donde debe imperar la ley y la justicia ser igual para todos, así como debe procurar el gobierno de la mayoría de los ciudadanos y no de las minorías organizadas o lobbies. Eso es la democracia... con consenso o sin él. Es cierto que en todo sistema democrático debe existir cierto grado de acuerdo entre las diferentes opciones políticas, pero de ahí a basar el sistema en el consenso hay un abismo.
"En España a día de hoy, se ha producido un proceso de esquizofrenia colectiva al que podríamos denominar "la ansiedad por el consenso". Este curioso fenómeno implantado por la clase política y sus esbirros de comunicación consiste en que el ciudadano no puede vivir sin que haya consenso."
Entonces, ¿a más consenso, más democracia?. Pues tampoco. En la extinta URSS, los congresos del Partido Comunista representaban el consenso más absoluto: cientos de camaradas agitaban frenéticamente en el aire los balances con los éxitos de la producción de las cosechas ante el alborozo y los aplausos del resto de la nomenklatura soviética... mientras el pueblo ruso se moría de hambre en las calles. Pero había consenso, así que allí no pasaba nada, circulen por favor.
Exactamente igual que en la España de hoy donde todos agitan sus "no hay crisis", "estamos creciendo", "se está creando empleo" y otras mentiras parecidas que los ciudadanos no vemos ni por asomo. Actualmente, el mejor ejemplo de consenso en el mundo es Corea del Norte. Allí, en las elecciones el Amado Líder obtiene el respaldo del 99.9% de los votos porque al que se opone al consenso... le dan consenso de plomo. Pero hay consenso, que es lo importante.
En España a día de hoy, se ha producido un proceso de esquizofrenia colectiva al que podríamos denominar "la ansiedad por el consenso". Este curioso fenómeno implantado por la clase política y sus esbirros de comunicación consiste en que el ciudadano no puede vivir sin que haya consenso, y le entran los siete males si percibe que no lo hay o que está a punto de romperse. Todos esperan ansiosos la aparición de sus amados líderes (curioso parecido con Corea del Norte) para que les comuniquen si finalmente y tras sesudas negociaciones entre ellos, han llegado al ansiado consenso.
"En España todos tienen que estar de acuerdo en todo, precisamente lo contrario a la democracia, donde la pluralidad de ideas es uno de los pilares fundamentales. El consenso es más propio de las dictaduras que de las democracias."
Si parece que no va a haber consenso en tal o cual asunto, al españolito medio le empieza a dar el yuyu y entra en tal estado de angustia y ansiedad que pareciese que se vaya a acabar el mundo. Mientras que si definitivamente hay consenso, respira aliviado y ya puede dormir tranquilo como si de la "fumata blanca" del Vaticano se tratara. En España todos tienen que estar de acuerdo en todo, precisamente lo contrario a la democracia, donde la pluralidad de ideas es uno de los pilares fundamentales. El consenso es más propio de las dictaduras que de las democracias.
No importa si el consenso alcanzado por todas las formaciones políticas es para subir los impuestos, nombrar a los jueces, archivar los casos de corrupción o pedir prestados otros 100.000 millones de euros para mantener las autonomías (que los ciudadanos tendrán que pagar vía más subidas de impuestos): si hay consenso, nos damos por satisfechos.
Si buscamos términos más comprensibles para el común de los ciudadanos quizá entendamos en qué consiste en realidad el prodigioso consenso: apaño, componenda, tejemaneje, arreglo, embrollo, lío, remiendo, chapuza, chanchullo, enjuague, amaño, contubernio... robo.
"Toda esta historia del consenso no es más que otra extensión de la dictadura de lo políticamente correcto que está acabando con toda forma de pensamiento contraria al statu-quo y el orden establecido impuesto por la clase política."
En España, la dictadura del consenso en realidad está acabando con la democracia (si es que alguna vez existió) porque un sistema democrático sano no solo debe basarse en acuerdos y pactos, sino en el debate, la discusión y la confrontación de argumentos, teorías y propuestas. No en que todos estén de acuerdo en exprimir al ciudadano español. Para eso sirve el consenso en nuestro país, para ir contra los ciudadanos mediante leyes, burocracia e impuestos.
Toda esta historia del consenso no es más que otra extensión de la dictadura de lo políticamente correcto que está acabando con toda forma de pensamiento contraria al statu-quo y el orden establecido impuesto por la clase política: quien que se salga lo más mínimo de la línea establecida se expone a ser condenado y ridiculizado. Le tacharán de antidemocrático y lo más suave que le dirán es que es un fascista. La palabra comodín de la que hablaremos en otro artículo.
Pero, ¿quién controla al que decide la línea a seguir?. Nadie. Son simples minorías organizadas que han alcanzado el poder sin ningún control por parte de ninguna otra institución porque las controlan todas: jueces, fiscales, medios de comunicación, legislan, gobiernan... Piensa realmente si existe diferencia alguna entre los diferentes partidos políticos en nuestro país más allá de su aspecto, color o logotipo, corbata, coleta, camisa remangada o camiseta. No existe.
"Vivimos en una dictadura blanda de partido único al estilo soviético, solo que maquillada con colorines, siglas, círculos, gaviotas y rosas."
Si sigues lobotomizado, solo tienes que descargarte gratis sus programas electorales y comprobar cómo en todos pone exactamente lo mismo. Con palabras y colores diferentes pero esencialmente lo mismo: más impuestos, más leyes, más autonomías, más feminismo radical, más inmigración ilegal, integración, subvenciones, cambiar nombres de calles... no existe diferencia alguna. Por eso los hacen de 300 páginas, para que nadie los lea. Y si te lo lees y reclamas algo que pone en dicho programa... eh.... ya tal. Porque tampoco tienen ninguna obligación legal de cumplirlo.
Entonces, si no hay diferencia, ¿qué pasa si quieres votar algo diferente?. Que no puedes. Todo aquel que se salga del guión del consenso, queda excluido de manera inmediata.
Vivimos en una dictadura blanda de partido único al estilo soviético, solo que maquillada con colorines, siglas, círculos, gaviotas y rosas. Así que sospecha cuando estos trileros te vendan el consenso como el remedio de todos tus males.
¡Viva el consenso! o no.